jueves, 11 de junio de 2009

Dice el profesor José Antonio Marina, a quien tuve el placer de escuchar ayer en el Forum Deusto, que hablar de educación es hablar de algo práctico, porque su función es aprender y que cuantos más temas a resolver se planteen al educando más capacidad de inteligencia necesitará para solucionarlos. La educación supone una capacidad práctica noble, grande y difícil para quienes nos dedicamos a ella y el rasgo profesional que debe caracterizarnos es el del optimismo, sobre todo si se es docente y padre, porque siempre hay algo que se puede enseñar y algo que puedo enseñar.

De todos modos, se cuestiona que si después de haber miles de docentes, existir otras tantas instituciones educativas y llevarse el sistema educativo el 5% del PIB hay tanto fracaso es porque algo no se está haciendo bien. Y es que antes sólo se veía el aspecto cognitivo mientras que ahora nos fijamos en cómo el niño se implanta en la sociedad, desarrolla su conducta y vive en un contexto.

Para hacer frente a la educación se necesita inteligencia, como facultad individual que se desarrolla en un entorno social que la estimula o la bloquea. El problema estriba en que hoy en día muchas parejas no se entiendan y que los centros educativos funcionen. Los centros tienen como objetivo la instrucción y para ello han de formar el carácter para hacer alumnos libres, competentes y moralmente buenos, con la colaboración de proyectos éticos que les conduzca a ser felices.

Hemos de tener en cuenta que hay tres tipos de personalidad: la recibida o hereditaria, que nos presenta como diferentes y que hay que ajustar en la escuela; la aprendida, ese conjunto de hábitos aprendidos que tardan en adquirirse y forman un modo estable de vida y la elegida, que supone un proyecto de vida.

Para desarrollar los tres tipos de hábitos existentes: intelectuales, afectivos y morales, interviene la educación por medio de la adquisición de recursos, para lo que habrá que poner al alumnado en contacto con buenos valores a la vez que dirigir sus sentimientos.

Dos son las funciones de la educación: aprender a ser libres, porque el ser humano no nace libre y la permisividad ha contaminado la escuela. Decía Kant que la libertad se aprende obdeciendo primero, y aprender a controlar la voluntad, por lo que se siente o por lo que se siente que es bueno. Pero la voluntad requiere de cuatro destrezas: inhibir el impulso para saber deliberar, deliberar para buscar alternativas, decidir por sí mismo y soportar el esfuerzo, y hoy intoxicamos a los niños de comodidad.

Para fomentar esos hábitos intelectuales, afectivos y morales se requiere una buena representación de la realidad, donde no se hayan metido creencias preestablecidas, aprender un tono afectivo enseñando a los niños a enfrentarse a sus hechos; desarrollar las habilidades cognitivas, aprender a usar la libertad, para ser responsables, la dignidad, para pasar de animales listos a personas dignas, con valores y sentido de la justicia y por último hacer proyectos y resolverlos con las virtudes de la acción: tenacidad, espíritu crítico y capacidad inventiva.

Y todo lo hacemos porque queremos ser felices, una felcidad como armoniosa satisfacción de tres necesidades: pasarlo bien, relacionarnos con los demás y tener necesidad de hacer algo que valga la pena sintiendo que progresamos.

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