jueves, 14 de marzo de 2013

El jurado del Concurso “Los profes cuentan, 2”, convocado por la empresa ECOEMBES, dedicada al mundo del reciclaje, nos consideró el 4 de marzo entre los diez ganadores a nivel nacional, por lo que el cuento que leeréis a continuación formará parte del libro “La otra mitad del Medio Ambiente”, editado por ECOEMBES. El jurado lo formaron la escritora Carmen Posadas, el humorista gráfico Forges, Juan Bautista Belda, Presidente de Aldeas Infantiles SOS, Clara Navio, periodista ambiental, José Luis Gallego, naturalista, periodista ambiental y escritor y Antonio Barrón, director de Comunicación Corporativa y Marketing de Ecoembalajes. Los internautas, con sus votos al blog de ECOEMBES, se encargaron del resto. Nosotros tuvimos un doble objetivo a la hora de elaborar el trabajo: tratar el reciclaje desde la cercanía del colegio, en un recién estrenado curso, y hacer un homenaje a Carlos, el hombre de la limpieza del patio, que se jubila el 20 del mes en que hemos sido premiados, a quien le dedicamos un ejemplar firmado. ________________________________________ Escrito por: José María Pizarro Azores Colegio: 5º de Primaria del CEIP Zurbaranbarri (Bilbao, Vizcaya) ________________________________________ EL GESTO Aquella mañana acababan de sentarse en los pupitres. Era un septiembre caluroso y todo el material escolar estaba recién estrenado. Las dos primeras clases serenaron los nervios del primer día del curso, pero pronto llegaba la hora del recreo, media hora de expansión, de comer un poco, de jugar y sobre todo de hablar con los amigos sin guardar el silencio impuesto por la profesora. El suelo del patio empezó a llenarse de niños a la carrera detrás de un balón, de niñas yendo de un lado al otro esquivando balonazos; de grupos de infantes charlando en alto, de solitarios y rechazados midiendo el patio en sus paseos y escudriñando actitudes de cierto recelo. Y bajo un cielo azul y un calor más que fuerte, la atmósfera adquirió un tufillo a sudor mientras todo lo envolvían unos gritos desaforados que obligaba a hablar muy alto para ser oído. Las papeleras se mantenían inertes en una esquina sin que apenas fueran visitadas, parecía como si tuvieran hambre, porque nunca se llenaban. En cambio el asfalto rojo que pisaban se convertía en una amalgama de chicles que se pegaban a las suelas de los zapatos, de gusanitos que serían picoteados más tarde por los gorriones, que visitaban el colegio cuando los niños entraban a clase; de plásticos transparentes, plásticos forrados de papel de aluminio, restos de bocadillos y de cajas de donuts, donettes, gominolas, galletas, palmeras y golosinas mientras a la salida del colegio, expuestas en una gran caja de plástico verde, se exhibían unas manzanas partidas por la mitad que cansadas de no ser utilizadas se iban poco a poco oxidando. Pasado el tiempo de asueto los niños volvieron a sus aulas, las manzanas se quedaron en la caja, los gorriones se dieron su festín, al que fue invitado alguna rata, aparecida no se sabe de dónde, mientras Carlos, el hombre del buzo verde y amarillo, la escoba en una mano y el recogedor en la otra, recorría el patio dispuesto a dejar impoluto el rojo inicial, liso como la palma de la mano, mientras dejaba montoncitos de basura de esta presente sociedad infantil, futura generación del todo por nada. El buen hombre, con la resignación de un trabajo obligado, iba clasificando los restos recogidos que después introducía en bolsas de distintos colores: verde para lo orgánico, amarillo para el plástico y las latas, y azul para el papel. (9) Nadie parecía fijarse en aquella clasificación y distribución porque cada cual estaba limitado por sus propios temas: el enfado con el compañero, la injusticia de la monitora, el peso psicológico de cuatro ejercicios por deberes y la palabra injusticia en la boca, entre otras distracciones que desviaron la atención de la profesora hacia la ventana por un momento. Cuando Carlos, que pacientemente iba recogiendo los montones que había ido haciendo, se dio cuenta, apareció un niño, después otro, al que acompañó un tercero mientras el cuarto y el quinto, sonriendo, se dirigieron hacia Carlos hasta que los componentes de la clase le rodearon en un círculo. A una palmada de la profesora cogieron los montones y los depositaron en sus contenedores. Aquello fue un simple gesto de un día, pero para Carlos fue un día feliz porque sabía que detrás había habido toda una lección práctica y en unos minutos.

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